En la civilización minoica, el toro era un animal venerado y muy apreciado. El pacífico pueblo minoico se fundía con el noble astado en diversos ejercicios acrobáticos dentro de un ritual cuyo fin nos es aún desconocido. El acróbata se sujetaba a los cuernos del toro y aprovechaba el empuje de su embestida para caer sobre su lomo, tal y como se aprecia en este hermoso fresco de hace unos 35 siglos.